Sin duda es nuestro sentido más relegado; la cultura
occidental ha dado primacía a la vista y al oído y tal vez podríamos decir que
el olfato ocupa un oscuro cuarto lugar después del gusto.
No sólo el olfato es un sentido relegado, sino también
atrofiado y quizá no lo advertimos, inmersos como estamos en la densidad del
olor de las ciudades que apestan a nafta mal quemada, hollín, humo de tabaco y
fuertes desinfectantes.
Para los hombres que vivían en contacto con la
naturaleza, el olfato era una útil herramienta de conocimiento y subsistencia.
Podían identificar el estado de los alimentos y aquellos olores que indicaban
peligro como el de los animales salvajes, el fuego de un incendio o la proximidad
de una tormenta.
Hoy en día, el uso de los aromatizantes químicos no sólo
disfraza el olor de sustancias que de otro modo no comeríamos, sino que también
nos hace perder la sensibilidad olfativa.
Podemos distinguir unos 10.000 olores diferentes, lo que
contribuye a la riqueza del sentido del gusto. Es bastante sabido que hay
cuatro sabores básicos: dulce, amargo, ácido y salado, las infinitas variantes
de los matices se originan por la combinación con los olores.
El olfato es el único de los sentidos que es imposible
cerrar a voluntad; está tan ligado a la respiración que no podemos dejar de
oler por mucho tiempo.
Sin embargo, es también el único que se satura, a los
pocos minutos de sentir un aroma ya no lo percibimos más.
Asimismo es el único que no tiene mediación en su llegada
al cerebro. Hay un nervio óptico, un nervio auditivo, nervios gustativos y
táctiles que conducen los estímulos a las células nerviosas, pero el bulbo
olfatorio está en contacto directo con las neuronas, a tal punto de que muchos
lo consideran una prolongación del cerebro.
Las moléculas olorosas ingresan por la nariz y toman
contacto con la humedad del mucus y así pueden ser decepcionadas por los cilios
de las células olfatorias, una especie de minúsculos pelos.
Inmediatamente, en fracciones de segundos, hay un proceso
de identificación y de conexión con el sistema límbico, la sede de las
emociones.
Este es el motivo por el cual todo aroma es evocador,
ninguno es indiferente. Tal vez la lavanda nos trae a la memoria la abuela que
de niño nos mimaba y el alcanfor los tristes días de una enfermedad infantil.
Pero aquí no termina la influencia de los olores, sino
que el sistema límbico se conecta por una parte con el hipotálamo y por la otra
con la corteza cerebral.
En el hipotálamo está el centro de regulación del sistema
hormonal, desde donde se influye muchísimas funciones, por ejemplo la
relajación o la estimulación del organismo, y por supuesto, el deseo sexual. De
ahí que muchos aceites esenciales tengan propiedades afrodisíacas como jazmín e
ylang - ylang.
También el propio olor de cada persona cumple un papel
importante en la atracción sexual.
En la corteza cerebral están radicadas las funciones del
intelecto. Cuando el efecto del aroma alcanza esta zona del cerebro, se puede
pensar con mayor claridad como sucede con la menta o se fijan mejor los datos
en la memoria con el romero o se agiliza la relación de los conceptos con el
limón.
Después de haber accedido a esta información estamos en
condiciones de darnos cuenta de que a medida que ejercitamos el olfato, abrimos
la puerta a un goce más pleno y al recuperar la riqueza de nuestros sentidos
también ampliamos el horizonte del conocimiento.
Por Lic. Adrián Tucci*(Mi profe de Aromaterapia)